La izquierda y el balance del gobierno de Bachelet: contra el mito
13 julio 2018
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LA IZQUIERDA Y EL BALANCE DEL GOBIERNO DE BACHELET: CONTRA EL MITO

Luis Thielemann

Historiador, licenciado y MagĆ­ster en Historia de la Pontificia Universidad CatĆ³lica de Chile. Director de FundaciĆ³n Nodo XXI.

Resumen

A partir de lo que se ha planteado desde ciertas vocerĆ­as de la Nueva MayorĆ­a, el futuro gobierno debiera, segĆŗn quiĆ©n sea electo, profundizar o defender lo que se ha denominado como ā€œel legado de Bacheletā€. Este escrito debate dicha hipĆ³tesis planteando que el gobierno que termina no solo no realizĆ³ las reformas que importantes sectores de la sociedad han demandado, sino que tampoco intentĆ³ realizarlas seriamente, pues, cuando las hizo, fue previa negociaciĆ³n con los empresarios y partidos de la derecha, alejĆ”ndose de los actores sociales movilizados. De esta forma, se propone un rechazo a la tesis del ā€œlegadoā€ y se defiende una polĆ­tica de izquierda que termine con la transiciĆ³n y el Estado subsidiario. Solo en estos tĆ©rminos es posible una genuina unidad y una potente proyecciĆ³n estratĆ©gica de las fuerzas de cambio en Chile.

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El eje de la polĆ­tica en Chile se ha mantenido, por dĆ©cadas, extremadamente corrido a la derecha o, lo que es igual, la polĆ­tica se ha entendido como disputa y administraciĆ³n del poder. Esta ha estado radicalmente controlada por las clases propietarias, marcĆ”ndose asĆ­ sus intereses y sus lĆ­mites. HegemonĆ­a en la sociedad quiere decir la capacidad de imponer el interĆ©s de un colectivo, en este caso, las clases vencedoras de 1973 como interĆ©s universal. En los aƱos noventa, la prensa nos hacĆ­a alegrarnos cada vez que Chile subĆ­a en los rankings globales de ā€œcompetitividadā€, esto no era otra cosa que la facilidad para el negocio privado sin molestias fiscales; mientras que en los aƱos recientes se nos vende como desarrollo del paĆ­s las ganancias que la burguesĆ­a del retail obtiene mĆ”s allĆ” de las fronteras del propio territorio.

Durante estos largos aƱos de transiciĆ³n eterna, para cualquiera que miraba a Chile desde fuera, incluso para la mayorĆ­a de los chilenos, la izquierda del paĆ­s eran los partidos progresistas de la ConcertaciĆ³n, es decir, el PPD y el PS. La permanente alternativa comunista en las elecciones duraba hasta que en las segundas vueltas repetĆ­an la acciĆ³n de 1988: terminar por apoyar, en la hora Ćŗltima, la iniciativa de la ConcertaciĆ³n. Su inclusiĆ³n en la coaliciĆ³n gobernante, desde 2013, solo terminĆ³ por cerrar ese cĆ­rculo de apoyo (ya casi teatral).

La forma polĆ­tica, los contenidos y todo lo que pudiese significar y contener el concepto de ā€œizquierdaā€ fue definido por los partidos de la transiciĆ³n que tuvieron el monopolio de su uso y abuso. Incluso, la hegemonĆ­a de la ConcertaciĆ³n iba mĆ”s allĆ”: podĆ­a definir quĆ© era lo posible y lo imposible de cambiar, ademĆ”s, podĆ­a destinar subsidios con fondos pĆŗblicos a la ganancia del capital, esto era para ellos en realidad una forma de progresismo. AsĆ­, era (y aĆŗn lo es) difĆ­cil impugnar dichas cuestiones, pues el orden de la transiciĆ³n estaba diseƱado, legal y parlamentariamente, para expulsar de la polĆ­tica a dicha impugnaciĆ³n.

Puede que haya comenzado en 2008 con la famosa foto de ā€œlas manos levantadasā€, cuando con la firma de la LGE se aplastĆ³ el plan de reivindicaciones estudiantiles de 2006. Tal vez se confirmĆ³ el 2011, cuando no solo los estudiantes y sus familias, sino enormes franjas militantes de una nueva izquierda larvada en luchas sociales desde los aƱos noventa, pudieron enfrentarse directamente a la derecha sin necesidad de un gobierno socialista o de los partidos que habĆ­an pregonado por dĆ©cadas su conocimiento de los misterios de la polĆ­tica posible. Lo que es seguro, es que se construyĆ³ con fuerza, abiertamente en los Ćŗltimos cuatro aƱos, un proyecto de izquierda que se desprendiĆ³ de esa tutela concertacionista sobre quĆ© podĆ­a ser y no ser la izquierda.

El domingo 19 de noviembre esa tutela se acabĆ³, la hegemonĆ­a de la ConcertaciĆ³n sobre quĆ© era la izquierda terminĆ³ hecha pedazos ante los porcentajes de votos obtenidos por Ć©sta y por el Frente Amplio. La exigua distancia (2%: 100 mil votos) entre ambas opciones dejaron algo claro: ni el PS, ni el PC, ni mucho menos el PPD pueden hoy establecer lĆ­mites a una izquierda que ningunearon por mucho tiempo, y que hoy representa a uno de cada cinco votantes y a millones en sus demandas de reformas al Estado subsidiario. La izquierda del Frente Amplio alcanzĆ³ su mayorĆ­a de edad y puede mirar a la misma altura, no sin cierta arrogancia, a los partidos de la izquierda del siglo XX. Lo que queda en cuestiĆ³n, ahora, es dĆ³nde reconoce su origen e historia esta nueva izquierda: si en las luchas sociales antisubsidiarias de la Ćŗltima dĆ©cada o en el relato de la transiciĆ³n que acepta el mito de ā€œel legado de Bacheletā€.

  1. El legado: rechazar el mito

En esta nueva situaciĆ³n, un campo que parecĆ­a unificado en la oposiciĆ³n a Pinochet parece dividido entre aquellos partidos y referentes que se aferran a la posibilidad de mantener el mayor tiempo posible la polĆ­tica dentro de los lĆ­mites de la transiciĆ³n, y aquellos que proponen un programa de reformas. Si bien en un momento el primer grupo tendiĆ³ a ningunear al segundo, estos Ćŗltimos se elevaron con una soberbia propia de la adolescencia hacia el final de la campaƱa (cuando el triunfo de PiƱera parecĆ­a seguro) y, sobre todo despuĆ©s del 19 de noviembre, la relaciĆ³n parece haber cambiado. Los intelectuales del primer grupo se han apresurado -desde la creaciĆ³n del Frente Amplio en 2017, pero con argumentos formulados en la campaƱa presidencial de 2013- a plantear que, a pesar de las notorias diferencias programĆ”ticas, ambos grupos comparten el objetivo de reformas al neoliberalismo, y donde ā€œel diablo mete la colaā€, que los primeros avances e intentos en ese rumbo se habrĆ­an dado durante el gobierno de Bachelet que estĆ” terminando. De esa forma, se intenta, nuevamente, resolver la crisis de representaciĆ³n que se asoma sobre los partidos de la Nueva MayorĆ­a, jugando con una hegemonĆ­a que ya no tienen. Esta deformaciĆ³n del pasado no serĆ­a un problema, salvo para los que practicamos el oficio de la historia, si no fuera porque establece un mito de origen que tiene capacidad normativa: la polĆ­tica de reformas desde la izquierda concertacionista tiene lĆ­mites antisociales basados en la funciĆ³n subsidiaria de la transiciĆ³n. AsĆ­, el relato del legado es una sofisticada forma de gatopardismo, pero gatopardismo, al fin y al cabo.

ĀæEn funciĆ³n de quĆ© razones es posible cuestionar la tesis del legado de Bachelet? La verdad es que lo primero que se debe desmontar es el relato, rĆ”pidamente afianzado, de que habĆ­a un programa original en 2013 y este se deformĆ³ durante el transcurso del gobierno, en especĆ­fico, en los enfrentamientos con el ala derecha de la coaliciĆ³n, particularmente con la DC. Si bien se profundiza mĆ”s abajo sobre lo Ćŗltimo, antes que todo cabe destacar que Bachelet y la Nueva MayorĆ­a fueron intencionadamente ambiguos en la campaƱa presidencial de fines de 2013. Ni siquiera en segunda vuelta se apresuraron a definir a quĆ© se referĆ­an con gratuidad universitaria, en quĆ© consistĆ­a la prometida reforma tributaria o cĆ³mo se llevarĆ­a a cabo una Asamblea Constituyente. Todo lo que durante la campaƱa se criticĆ³ a PiƱera (y, en parte, a Guillier): su ambigĆ¼edad programĆ”tica, su actitud de triunfador antes de las elecciones que le permitĆ­a silencios sobre temas incĆ³modos y una campaƱa liviana, ya estuvo presente en los famosos ā€œpasoā€ de Michelle Bachelet en la campaƱa de 2013. En ese momento, cuando se la presionĆ³ por definiciones, estas fueron dirigidas a oscuros comitĆ©s de expertos, a tecnĆ³cratas y otros sacerdotes de la doxa que rĆ”pidamente aplicaban a las reformas el pesado plomo de las sagradas escrituras neoliberales, para declarar su imposibilidad u obsolescencia.

Desde un comienzo, hubo una desnaturalizaciĆ³n de la voluntad de reformas expresada en las luchas de los aƱos anteriores a las presidenciales de 2013. Mientras se ofrecĆ­a gratuidad, no se discutĆ­a sobre educaciĆ³n pĆŗblica; mientras se discutĆ­a sobre derecho a la salud, se disponĆ­an a seguir subsidiando el negocio de licitaciones y ventas de camas; mientras se demandaba cambio a la ConstituciĆ³n, el gobierno proponĆ­a mecanismos engorrosos y ningĆŗn contenido. Todo ello antes de marzo de 2014, cuando Bachelet asumiĆ³ el Gobierno. Lo cierto es que cualquier balance de esta administraciĆ³n debe desembarazarse de la tesis de un programa original traicionado en la medida que se intentĆ³ aplicar.

Dicha tesis es un refrito de la interpretaciĆ³n de los gobiernos concertacionistas de los noventa sobre los que tambiĆ©n se dijo que hubo un ā€œprograma olvidadoā€, el cual, a pesar de la iniciativa polĆ­tica, habrĆ­a sido detenido por la derecha y las amenazas militares. Los frĆ­os hechos recuerdan que, si hubo un intento de enfrentar a la derecha, este no pasĆ³ de los primeros dĆ­as del gobierno de Aylwin. En marzo de 1990, la ConcertaciĆ³n traicionĆ³ por primera vez el programa de gobierno con que ganĆ³ las elecciones apenas tres meses antes. NegociĆ³ la reforma tributaria con RN, bajĆ³ sus efectos redistributivos y aumentĆ³ el IVA del 16% al 18%. Lo importante no fueron ya los impuestos, sino el sentido polĆ­tico de que la ConcertaciĆ³n aceptĆ³ desde el primer dĆ­a los vetos de la derecha y el empresariado. Alejandro Foxley, ministro de Hacienda que gestĆ³ el acuerdo, dirĆ­a aƱos mĆ”s tarde, ā€œen un debate tributario, lo importante no es tanto el objetivo final, es decir cuĆ”nto se recaudarĆ”, sino cĆ³mo se llega a ese objetivo. QuĆ© es transable y quĆ© noā€1. En marzo de 2014, Michelle Bachelet llegĆ³ al gobierno y encomendĆ³ a sus partidos y funcionarios a realizar una reforma tributaria para financiar las transformaciones prometidas en campaƱa. Esta reforma terminĆ³ en la famosa ā€œcocinaā€ de ZaldĆ­var, entregĆ³ mucho de su capacidad redistributiva y, dos aƱos mĆ”s tarde, los argumentos para no realizar dichos cambios pasaban de la oposiciĆ³n de la DC a la falta de recursos.

AsĆ­, al igual que el mito del espĆ­ritu original del gobierno de Aylwin, que habrĆ­a sido traicionado por dentro de la coaliciĆ³n y habrĆ­a sido rechazado desde la derecha, la argumentaciĆ³n de un programa bacheletista que se enfrentĆ³ a los mismos enemigos -como una tragedia que se vuelve una comedia- no resiste anĆ”lisis a la luz de los hechos. Desde la primera a la Ćŗltima reforma, desde un principio, todos los cambios se pensaron como afines al interĆ©s empresarial y no como correcciones al modelo.

AdemĆ”s, no solo las reformas no tuvieron la capacidad de, por lo menos, regular o contener las lĆ³gicas del Estado subsidiario y su tradiciĆ³n de servir para acomodar el clima social e institucional de los negocios, o derechamente financiarlos con dineros pĆŗblicos, sino que expandieron la capacidad de este tipo de iniciativa. Si bien hubo casos como la misma reforma tributaria que permitiĆ³ distintas formas regresivas del nuevo sistema de impuestos, el caso mĆ”s llamativo ha sido el de la gratuidad en educaciĆ³n. Como la mayorĆ­a de las reformas, al ser diseƱadas bajo el modelo de la transiciĆ³n -es decir, de consenso con empresarios y partidos de derecha-, terminaron tan alejadas de las demandas de las movilizaciones que, finalmente, favorecen el negocio privado. El caso ejemplar resultĆ³ con la gratuidad, construida como un subsidio individual basado en la demanda y hecho sin iniciar una expansiĆ³n de la matrĆ­cula en EducaciĆ³n Superior pĆŗblica. Esta reforma terminĆ³ abultando la ganancia en universidades de planteles abiertamente con fines de lucro. Los estudiantes, a pesar de ofrecer mesas de negociaciĆ³n y trabajo con el Ministerio de EducaciĆ³n, alejados del discurso del ā€œtodo o nadaā€ que tanto se les achacĆ³, terminaron derrotados por un Gobierno que nunca estuvo dispuesto a considerarlos sus aliados en la lucha por la educaciĆ³n pĆŗblica, pues, al parecer, dicha lucha nunca estuvo a la orden del dĆ­a en la Nueva MayorĆ­a.

Dicha situaciĆ³n plantea una Ćŗltima razĆ³n de porquĆ© una base comĆŗn para la oposiciĆ³n a PiƱera no puede estar en el denominado ā€œlegado de Bacheletā€: la negativa a apoyarse en los movimientos sociales para empujar la agenda de reformas. Si bien Bachelet llegĆ³ al gobierno con un apoyo popular enorme y, sobre todo, apoyada por la mayorĆ­a de las personas que se movilizaron y apoyaron las luchas sociales de 2011 y sus propuestas de derechos sociales, nunca se decidiĆ³ a usar esa fuerza mĆ”s allĆ” de convocarlos a votar. No se apoyĆ³ en movilizaciones democrĆ”ticas, no convocĆ³ a los actores sociales a trabajar en las leyes, no trabajĆ³ por defender las reformas junto con organizaciones de la sociedad civil. Y no se trata de cobrarle a Bachelet falta de radicalidad, nadie esperaba eso. Simplemente se propone la vieja hipĆ³tesis socialdemĆ³crata, segĆŗn la cual el movimiento social sostiene el empuje de los parlamentarios y gobernantes para defender los derechos frente a los capitalistas; la misma que se perdiĆ³ junto al programa de 1990, es decir, en negociaciones con empresarios para cubrir despuĆ©s con mito la propia renuncia.

Llegamos al problema de fondo del ā€œlegado de Bacheletā€ y a la principal razĆ³n de su rechazo. La negativa para gobernar apoyada con las demandas sociales y su celeridad para legislar siempre previa conversaciĆ³n con los actores empresariales. Esta puede ser considerada como una orientaciĆ³n polĆ­tica y no solo como el miedo propio de la transiciĆ³n. En el fondo, es el carĆ”cter social mismo del Gobierno, su real posiciĆ³n en los conflictos sociales del siglo XXI, lo que se muestra evidente en este punto del anĆ”lisis. Vale decir, su carĆ”cter proempresarial y de profundizaciĆ³n del Estado subsidiario. Si se acepta el ā€œlegado de Bacheletā€, como base para ser oposiciĆ³n a PiƱera, la polĆ­tica de izquierda no da un paso afuera de los consensos de la transiciĆ³n. Por el contrario, se convierte en la mejor versiĆ³n posible del Estado subsidiario, negando a la polĆ­tica de izquierda cualquier camino que no sea la administraciĆ³n piadosa del presente eterno, decretando de paso el fin de la historia en el neoliberalismo.

De esta forma, el legado de Bachelet no debe ser rechazado, como la inocencia izquierdista podrĆ­a indicar a primera vista: por tibio, pues eso supondrĆ­a que iniciĆ³ un camino que solo bastarĆ­a con profundizar. Lo que una posiciĆ³n de izquierda debe rechazar es la forma polĆ­tica que lega el gobierno de Bachelet: programas ambiguos que no establecen compromisos, reformas que se negocian Ćŗnicamente con los empresarios y no se apoyan en las fuerzas sociales-populares y, por Ćŗltimo, y a modo de consecuencia de lo anterior, un uso de las reformas como ā€œcaballo de Troyaā€ de la expansiĆ³n de la lĆ³gica de hacer negocios con la focalizaciĆ³n de recursos pĆŗblicos con destino privado, como bien lo demuestran los casos de EducaciĆ³n Superior y la gratuidad o la licitaciĆ³n de camas hospitalarias pĆŗblicas. AsĆ­ las cosas, profundizar el ā€œlegado de Bacheletā€ es la penĆŗltima forma en que la lĆ³gica de la transiciĆ³n se reactualiza profitando del empuje popular por cambios en Chile.

  1. RebeldĆ­a para asumir otra historia: ser oposiciĆ³n en el siguiente gobierno

El mentado ā€œlegado de Bacheletā€, entonces, permite una parĆ”frasis del clichĆ© del conde de Lampedusa: ā€œhacer como que todo cambia para no cambiar nadaā€. La espectacularidad del discurso reformista -imposible olvidar eso de la retroexcavadora- sirviĆ³ a modo de fanfarria Ć©pica de corto alcance para cubrir una escasa voluntad de cambio. Ni siquiera el apriete de los Ćŗltimos meses del gobierno permite revertir la vocaciĆ³n de sostener las lĆ³gicas subsidiarias de la transiciĆ³n que le caracterizĆ³ por cuatro aƱos. El mito que se intenta construir, con claros visos electorales (para Guillier, pero con el ojo puesto en las presidenciales de 2021), debe ser puesto en su lugar como el viejo truco de la mitologĆ­a republicana para recubrir la miserable historia real de acumulaciĆ³n de capital y explotaciĆ³n de mayorĆ­as humanas. No hay nada nuevo en esto, es el mismo discurso de la transiciĆ³n que culpĆ³ a Pinochet y sus herencias de todo lo que se negaron a cambiar. ā€œNo se puedeā€, como mantra, incluso cuando sĆ­ se pudo. La transiciĆ³n encuentra en la tesis del ā€œlegado de Bacheletā€ una forma de pasar a dirigir a la oposiciĆ³n espectacular, pero despolitizada de un posible gobierno de PiƱera, para vender el viejo vino de ā€œlos acuerdosā€ en el odre nuevo de la ā€œprofundizaciĆ³n de las reformasā€. En ese diseƱo, el Frente Amplio es la espalda crĆ©dula en que se apoya la porfiada iniciativa del Estado subsidiario.

El Frente Amplio, pero tambiĆ©n quienes se consideran de izquierda en la Nueva MayorĆ­a y la tesis del legado no los termina de convencer, deberĆ­an asumir entonces una posiciĆ³n crĆ­tica de lo hecho en el gobierno de Bachelet. La mejor crĆ­tica es asumir que las reformas solo avanzarĆ”n si son fruto de una alianza social y polĆ­tica amplia que renuncia a ser condescendiente con el rentismo empresarial, que asume finalizar la TransiciĆ³n y que se apoya en la fuerza autĆ³noma y movilizada, dispuesta a la polĆ­tica desde las luchas sociales populares y antisubsidiarias. Esto implica no solo rechazar el mito, sino la forma de mirar la historia de la que dicho mito es tributario.

Esta historia es la que rechaza la politizaciĆ³n de la sociedad y que considera como un error el poder del movimiento popular previo a 1973. Este rechazo de las fuerzas sociales asume como naturaleza el rol ejemplar que le asignan los poderes capitalistas globales en el continente. El mito de que las formas de la transiciĆ³n es la Ćŗnica forma posible de la polĆ­tica y el origen de todo avance del paĆ­s, fortalece la historia de Chile como exitoso modelo de explotaciĆ³n neoliberal para el siglo XXI. La oposiciĆ³n al gobierno que comienza en marzo de 2018 se construirĆ” no con mitologĆ­a, sino que proyectando la historia de luchas basada en otra historicidad. Esa historicidad se reconoce en los cambios importantes propuestos desde las luchas sociales; cambios que costaron esfuerzo y largas movilizaciones, pero, sobre todo, que implicaron la disposiciĆ³n a poner a la sociedad y sus necesidades, incluso en los mismos partidos nuevos, como centro rector de la acciĆ³n.

Una izquierda para el ciclo que viene no solo debe tener una buena crĆ­tica al orden neoliberal, sino, tambiĆ©n, una posiciĆ³n reconocida entre los subalternos y una proyecciĆ³n histĆ³rica que rechace el mito y ponga pie firme en la historicidad de sus luchas para no hacerse ilusiones y para proyectar futuros posibles y transformadores. La unidad de las fuerzas de cambio, entonces, no pasa por inscripciones en mitos de escasa densidad, mĆ”s bien en la disposiciĆ³n de terminar con la polĆ­tica excluyente de los intereses sociales y la voluntad de acabar con el Estado subsidiario, imponiendo un nuevo rĆ©gimen de derechos sociales y democracia.

1 Vergara, P. (2012, 27 de abril). La reforma al estadio de los polĆ­ticos. El Mercurio.


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