Daniel Jadue: “En el gobierno de Bachelet se inicia un punto de inflexión, la transición institucional a la democracia”
2 diciembre 2018
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En su segundo período a la cabeza de la Municipalidad de Recoleta, Daniel Jadue se ha transformado en una figura nacional, fundamentalmente a partir de sus iniciativas comunales de ampliación del acceso a diferentes servicios, entre ellos, las renombradas farmacias y ópticas “populares”. En esta entrevista, el también militante del Partido Comunista (PC), conversa con Cuadernos de Coyuntura respecto al proceso de transición a la democracia, el papel del PC en tal etapa y en la actual, y sobre los desafíos pendientes para las fuerzas de cambio y las vías posibles para abordarlos.

La transición representa un período complejo dentro de la historia política nacional, ¿Cuál crees que fue el papel jugado por la izquierda en ese proceso?

Para la izquierda fue difícil aceptar la transición, y en esto las izquierdas funcionaron a distintos ritmos. Una parte de la izquierda —cuando hablo de izquierda hablo de aquella parte del conglomerado que está por la superación del capitalismo como forma de organización social (no incorporo ni al PPD ni al PS, al menos el de la transición)— decide sumarse al proceso pese a no estar de acuerdo. Ese es el PC. Y esto porque, en definitiva, no existía una masa crítica que nos permitiera seguir insistiendo, después del acuerdo mayoritario que había en el país, en una tesis disruptiva, de tal manera de cambiar de cuajo el modelo. El PC se integra, y lo hace siendo víctima de la campaña de desprestigio más cruda realizada por la dictadura, a pesar de ser el partido más institucional y democrático de la historia de Chile.

Incorporarse significó un golpe bastante fuerte. Primero, porque la otra parte de la izquierda siempre criticó al PC por haber aceptado, entre comillas, las nuevas reglas del juego que iba a ser democrático. Nos trataron de “traidores”, de “vendidos”, aunque hoy, muchos años después, esos mismos se han dado cuenta de que esa era la forma. Si lo hubieran aceptado, quizás, hace veinte años, este país sería mucho más distinto. Pero hemos tenido un retraso porque las izquierdas tuvieron una posición mucho más radical. Incluso, una parte del partido —que fueron los que se descolgaron el 88’, el Frente Patriótico— los que deciden seguir una política al margen del partido y se desvinculan de éste. Ellos son parte de esa izquierda que no acepta y que pretende seguir dando la lucha por otros medios. Unos medios de los que nunca ha renegado el PC —aunque este sí situara, temporal y políticamente, dentro de los gobiernos de facto la posibilidad de la lucha armada—.

La izquierda juega un rol que no logra articularse como izquierda. Y este es el mayor éxito de la dictadura: la fragmentación de la izquierda. Ello es ayudado, además, por una gran hipocresía de una parte de los que conformaron la Concertación, fundamentalmente de la Democracia Cristiana, que, habiendo sido partidaria del Golpe, después nos pretende excluir. Todos los que son partidarios de la violencia política en el 73’ se ponen de acuerdo para excluir al único que no era partidario de la violencia política en el 73’. Es bastante brutal.

Sabemos que esa discusión se reedita justamente en esta conmemoración…

Se empieza a dar un proceso en donde, persistentemente, la derecha y la Concertación se preocupan de excluir al PC y con esto también a las izquierdas. Porque las izquierdas deciden no subirse. Pero el PC, que decide participar, es excluido por la Concertación a solicitud de la DC y por la derecha, que hubiese preferido matarnos a todos. Por lo tanto, el rol que juega es uno complejo, es un rol que todavía no termina, puesto que la transición aún no termina. Este país todavía no es una democracia que se pueda llamar propiamente tal.

Ante la persistencia de estos cierres en la actualidad, ¿Es factible pensar cómo estas limitaciones nos permiten generar nuevas colectividades, una oposición que no solamente sea al gobierno actual, sino que a la administración de un modelo político heredado?

Primero, hay que entender que en el gobierno de Bachelet se inicia un punto de inflexión en que uno podría decir se inicia la transición institucional a la democracia. Y esto es bien importante entenderlo, puesto que, gracias a la conformación de la Nueva Mayoría —PC incluido— es que, ese conglomerado, profundamente socialdemócrata, se aleja de la socialdemocracia que ellos mismos habían venido sosteniendo durante 25 años.

Estoy hablando de las voluntades políticas. Ellos se acercan al PC, obligados por la pérdida de un millón de votos en 15 años de gobierno. Esto de que el gobierno de la Concertación fue tan exitoso lo repiten, teóricamente, todos sus dirigentes, pero lo que sintió el pueblo de Chile parece que es algo distinto, porque un gobierno tremendamente exitoso no pierde un millón y medio de votos en 15 años. Y esto, fundamentalmente porque la Concertación abandona el programa de la Concertación. Ella renuncia a llevar a cabo su programa y esto se vuelve en algo que motiva el desprendimiento de la gente respecto a la política. Chile se acostumbra a programas de gobierno que nunca se llevan a cabo. Pero con el último gobierno de Bachelet esto cambia. De hecho, el programa vuelve a ser el protagonista, y vuelve a ser un programa en disputa.

Aquí hay un cambio fundamental que logra el punto esencial: modificar el sistema político en cuanto a lo electoral, de tal manera de bajar significativamente las barreras de entrada, lo que, por ejemplo, permite la incorporación del Frente Amplio. O sea, si el PC no entra a la Nueva Mayoría —y no hace lo que hace— el Frente Amplio hoy día quizás no existiría. Porque, además, al Frente Amplio hay que entenderlo: es una configuración que nace para irrumpir en la política sin proyecto país. Y cuando digo sin proyecto país, me refiero a lo que claramente hemos visto en los últimos días: Vlado Mirosevic no tiene nada que ver con otra cosa del Frente Amplio, y esos dos extremos del FA no tienen ninguna sintonía en lo político, sino que es simplemente una alianza electoral para irrumpir en la política, y lo logran, pero gracias al cambio del sistema electoral.

¿Y qué elementos darían forma hoy a un programa transformador de esta oposición?

La nueva situación política. Porque la nueva situación política te abre la posibilidad de que la izquierda vuelva a pensarse a sí misma gobernando. Luego de la destrucción del candado más potente de la dictadura, se abre la posibilidad de que la izquierda junta en una primera vuelta pueda pasar a una segunda vuelta en el sistema democrático. Antes de este período, la izquierda jamás tuvo siquiera la imagen, siquiera la idea, de que fuese posible representar a una mayoría. Hoy día la hay.

A pesar de que la izquierda sigue estando en una deuda increíble, porque las izquierdas, incluido el PC y las fuerzas que son de izquierda en el Frente Amplio, siempre han apostado a representar a los desencantados de la política, y no lo han logrado. O sea, el Frente Amplio no es que atraiga a un 20% que nunca había votado y que se sume a la política, sino que rebaraja el naipe político, y lo que hace es repartirse de una forma distinta la torta electoral sin agrandarla significativamente, que era su gran promesa. Ahí el principal desafío de cómo nosotros, como izquierda, somos capaces de ir y cambiar para mejor la vida de esa cantidad increíble de personas que no vota, de tal manera que ellos pasen de la desconfianza inconsciente a la confianza inconsciente primero, y a la confianza consciente después.

En ese sentido, ¿cómo se produce la irrupción pública y política de nuevos actores sociales?

Te refieres a actores políticos. Te hago esa aclaración porque no concibo, no logro leer, que los movimientos sociales sean incorporados a la política. Los dirigentes de los movimientos sociales logran incorporarse en la política a través del rebaraje de la gente que ya estaba incorporada en la política, pero sus seguidores no se levantan en masa a votar, ni a participar, ni se incorporan. Es más, un tema sintomático: todos los que decían que los partidos políticos eran innecesarios, hoy día están vueltos locos tratando de conformar partidos y legalizarlos. Para entender la dificultad —y yo creo que esto es importante— que los movimientos sociales son complementarios de lo político y no son opuestos. Ni existe esa dicotomía, ni existe esa falsa contradicción que planteó, por ejemplo, la izquierda de los hermanos Ruiz, históricamente, desde su época de la SURDA para adelante. Hoy día ellos están por participar en la política, por hacer partidos políticos, por meterse a la institucionalidad y disputar dentro de la institucionalidad el cambio. Siempre llamó la atención que ellos fueran tan revolucionarios en Chile y tan reformistas en el resto de América Latina. En Chile no aceptaban lo que sí aceptaban en el resto de América Latina en los procesos bolivarianos, el de Correa, por ejemplo. Ahí hay una contradicción.

En este escenario también se expresa una separación entre la sociedad y la política. Tenemos procesos de abstención y, por otra parte, esta política de votantes acotada, que se reparte…

Yo no concibo la forma en cómo se dice. No creo que haya una distancia o una separación entre sociedad y política. Hay una decisión de la política de no incorporar a la sociedad, que es distinto. Entonces, cuando hay una parte de la política que decide ligarse con la sociedad, esto desaparece como tema. Por ejemplo, acá en Recoleta hemos vivido el proceso contrario. Acá la gente nos ve, nos lee y está todos los días en los medios y en la prensa esta forma de hacer política, que está íntimamente ligada a la ciudad.

Pero desde esa misma experiencia política actual, en el espacio municipal, ¿crees posible recomponer esta distancia profundizada durante la década de los noventa?

No es que lo crea posible, esta es la única posibilidad. Yo soy profundamente leninista. Si uno mira las etapas de la revolución, cuando Lenin plantea el paso de una etapa —desde la derrota al incremento de la conciencia— del incremento de la conciencia a la preparación del cambio, y de la preparación del cambio a la revolución, o al cambio cuando uno está en el gobierno, uno ve que Lenin plantea una forma de pasar de la desconfianza inconsciente a la confianza inconsciente. Luego a la confianza consciente, y luego a la conciencia de vanguardia. Eso se hace, primero, trabajando en la incidencia, es decir, cambiando la vida de las personas para mejor. Luego, a través de ganarse la confianza de la gente, tú puedes influir en su forma de pensar y luego puedes influir, a través de cambiar su forma de pensar, en su conciencia política. Y luego de influir en su conciencia política puedes invitarlos a ser parte de un gobierno.

Así se hizo en Recoleta. Yo siempre lo recuerdo: en Recoleta, el PC tenía el 2% en el año 2000, e hizo un plan estratégico para llegar al gobierno en el año 2012. Y subimos del 2% al 10%, del 18% al 41% y del 41% al 56%, en un proceso continuo de cambio de la correlación de fuerzas y de incremento de la conciencia. Por lo tanto, no es que esto sea una posibilidad. Para nosotros, es la única alternativa. De hecho, por eso, entendiendo el triunfo del Frente Amplio como un triunfo propio, me quedo con un sabor amargo de cómo se ha vivido el proceso de parlamentarización de la política del Frente Amplio, porque, percibo, que se está cometiendo el mismo error de los procesos anteriores.

¿Qué actores estarían convocados a esta redefinición de los vínculos políticos?

Todos. Aquí no pongo ningún obstáculo. Marx plantea algo sumamente sencillo: el mundo avanza hacia dos grandes clases, la de los propietarios y la de los no propietarios. Dentro de esto, dice Marx, hay una serie de configuraciones intermedias que, sin conciencia, participan de la política como si fueran segmentos distintos. Pero Marx dice que esas no son clases, pues estas sólo son los propietarios y los no propietarios. Por lo tanto, todos los que están aquí, desde la perspectiva del marxismo-leninismo, son sujetos en disputa y no enemigos de clase. Y al ser sujetos en disputa, absolutamente todos pueden caer en la política de alianzas. La izquierda no puede tener la pretensión de que Chile sólo vuelva al “esquema de los tres tercios”. No, nosotros necesitamos llegar al 50%. Y, para eso, tenemos que avanzar sobre esas capas a las que, quizás, les faltan algunos elementos para entender en qué parte del mundo estamos.

Viendo que hay un desgaste de identidades partidarias o tendencias políticas heredadas de la transición, ¿cuáles son los elementos de la disputa que reactivan esta política de alianzas?

Creo que el elemento central es el incremento de la conciencia. O sea, los marxistas definimos conciencia como aquella propiedad de la materia de darse cuenta de su poder transformador de la naturaleza, para reproducir su existencia y satisfacer sus necesidades. Y, por lo tanto, en la medida que haya más gente que logre darse cuenta de su capacidad transformadora de su entorno, de la política y del país, para satisfacer sus necesidades, esto va a hacer mucho más sentido. Este es el elemento esencial, no hay otro. Por ejemplo, a mí me parece notable que, después de veinte años, una parte de la izquierda haya entendido que su capacidad transformadora, de su entorno y del sistema político, implicaba meterse al juego democrático. Eso para mí es un proceso de incremento de la conciencia. Llega un minuto en que salir a protestar todos los días, juntar un millón de personas en la calle, hacer todo lo que se hizo, que es maravilloso, no es suficiente. Y, ahí, viene el paso siguiente que, claro, para los comunistas fue mucho más fácil darlo porque somos un partido de 106 años de historia, que hemos vivido esto antes en la historia de Chile. Pero la otra izquierda venía de haber nacido, la primera generación fuera de la dictadura y, por lo tanto, no haber entendido, en primera persona, lo que se vivió en dictadura. Me parece que este es el elemento esencial, y también que se van dando las condiciones para que lleguemos a la unidad de la izquierda en breve.

¿Y podría haber elementos para hacer ese acuerdo programático y político en torno a la izquierda?

Lo único que está son los elementos programáticos… Es de lo único que nadie tiene duda.

Claro, eso en el largo plazo. Pero ¿cómo podríamos articularlos? Por ejemplo, se nombran las vías parlamentaria o municipal…

Recabarren decía que la vía parlamentaria debía dedicarse a legislar para convertir en ley las necesidades que venían del mundo municipal. Entonces, imagínate que en el Parlamento ya se hubiera aprobado, por ley, la obligatoriedad de que todos los municipios tuvieran farmacias populares: habríamos resuelto de cuajo un problema y nadie lo estaría discutiendo. Imagínate, si desde el Parlamento se aprobara la posibilidad de que los municipios hicieran gestión inmobiliaria y tuvieran empresas de basura, de reciclaje. Yo creo que los elementos programáticos ya están. No los abstractos, que es otro error de la izquierda: van donde la gente que no está metida en política y la quieren convencer de que lo que necesitan es un cambio constitucional, sobre lo que todos estamos de acuerdo, pero si tú le dices eso a la gente para entrar y para motivarla a la política no hay nada más distante de lo que ellos esperan, no hay nada más imposible de entender, no hay nada más abstracto. Y la izquierda a veces no entiende que está trabajando con gente de pensamiento concreto que hay que volver a emocionar. Entonces hay que partir por otro lado para llegar a eso. Ese es el punto de llegada y no el de salida. Hay algunos que se equivocan, y que ponen los lugares de llegada como puntos de partida, y eso impide la generación de un programa.

Pero, entonces, ¿la relación entre lo parlamentario y lo municipal debería ser solidaria, o es una vía u otra?

Son complementarias. El tema es que la parlamentaria sola claramente no sirve. Llevamos 25 años tratando de hacerlo y la vía municipal nos entrega la necesaria complementariedad que la otra requiere para avanzar. Nosotros los marxistas pensamos que es la realidad la que determina la conciencia, y no la conciencia la que determina la realidad. Entonces, uno tendría que decir, bueno, cuántos años llevamos tratando de dar la pelea en la superestructura política —a través de la política de alianzas— cuando lo que necesitamos es cambiar la forma de organización social, de tal manera de fortalecer y desarrollar la fuerza propia. Que esto nos dé la posibilidad de jugar de mejor forma en la superestructura política.

¿En esa fuerza propia hay también una disputa del sentido común?

Por supuesto. Esa es la primera disputa, es la principal. A través de la gestión municipal, una cosa que se discutió durante 25 años, nosotros la demostramos con tres hechos esenciales: cuando formamos la farmacia popular había 60 municipalidades que no tenían farmacias; cuando formamos la óptica popular 213 comunas no tenían óptica; formamos la librería popular cuando 287 comunas no tienen librerías. Logramos definir y dejarle meridianamente claro, a todo Chile, que el mercado no funciona ni le interesa el ser humano o el bien común, sino que opera sólo donde está la rentabilidad. Esto lo resolvimos de manera concreta. Además, hicimos una tremenda discusión respecto a qué nombre le poníamos a la farmacia popular, anteponiendo una decisión política: salimos a disputar el campo de lo popular. La UDI se llamaba “UDI popular”. Ese nombre duró 6 meses después de la farmacia popular, porque fue el único partido que salió a criticar y a tratar de destruir a la farmacia popular y, por lo tanto, el campo de lo popular fue reconquistado por la izquierda a partir de un gobierno local y dimos una discusión que nadie había dado. Nosotros no sólo disputamos el campo de lo popular, sino también el de la eficiencia, el de la eficacia, de la transparencia, de la probidad, de la innovación, de la participación —hoy día somos vanguardia en estos temas que antes parecían de propiedad exclusiva de la derecha—. Este es el campo de lo popular, este es el campo de la disputa del sentido común. Y creo que, en eso, hemos dado una batalla tremenda.


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